La idea de mezclar la obra de Valle-Inclán con la música y la estética del blues parte de la inquietud de buscar una banda sonora al ambiente marginal de personajes oscuros que plantea este autor. Un mundo de seres abyectos, inmorales y tremendamente castigados en el que se crean leyendas como aquellas de tipos mediocres que venden su alma por tocar la guitarra como nadie.
El hecho de que tanto Don Igi (el indiano) como Jándalo, su hijastro, regresen de América nos anima a crear un entorno cosmopolita con personajes que muestran ademanes y hábitos por acumulación de “culturas” pero en los que reconocemos las mismas mezquindades universales que Valle-Inclán muestra en su crítica mordaz de la sociedad española.
Tiene además “La cabeza del Bautista” un elemento propiamente trágico en el desenlace para la Pepona que se nos presenta mágico, inabarcable intelectualmente. Una lección oculta que no permite moraleja alguna y que como la reiteración de los acordes de un blues nos atrapa, nos fascina y nos invita a recrearnos en una idea que no tiene una formulación determinada.
En ese sentido el blues se abre hacia algo más allá, hacia un lugar al que el sexo y la muerte nos acerca sin códigos ni lecciones de vida. No permite la tesis, solo te lanza al vacío.
La Pepona no podrá jamas entender el mecanismo a través del cual ese deseo de muerte transmutó a deseo carnal pero es precisamente esa incapacidad de comprenderlo lo que nos fascina.
Clasificación: No recomendada para menores de 12 años.