Frankentein, el mito.
Antonio C. Guijosa (Director)
Sin duda, Frankenstein es un clásico. Lo es no sólo por su presencia como obra en nuestros días, y por la admiración que todavía nos causa. Lo es porque admite muchas lecturas según el prisma bajo el que se quiera analizar. Hay interpretaciones freudianas, teológicas, revolucionarias y contra-revolucionarias, de orden moral, de orden familiar…
A mí me interesa especialmente la que entronca con el mito de Prometeo, que es además, la óptica que la propia Shelley pone en primer término. Desde el personaje del doctor Víctor Frankenstein, la temática se despliega deslumbrante y a la vez tenebrosa: ¿hasta dónde puede llegar el hombre y su conocimiento científico? ¿existen límites naturales? ¿y límites éticos? ¿es el creador responsable de los actos posteriores de sus creaciones?. Cuestiones siguen abiertas a la puertas de la autonomía de la inteligencia artificial y la clonación.
Y desde la perspectiva de la criatura, equiparada a la humanidad que recibe el fuego de este moderno Prometo, las preguntas son aún más profundas. ¿La bondad o la maldad son intrínsecas o se desarrollan al entrar en contacto con los demás? ¿Es nuestra imperfección una condición necesaria, se puede cambiar? ¿Somos causantes de nuestro propio sufrimiento o hay algún factor externo responsable de ello? ¿qué papel juegan la educación y la sociedad? Y por supuesto, ¿Quién nos entregó este fuego al que llamamos vida y dónde ha ido nuestro Prometeo?
Cuestiones de gran hondura envueltas en una trama trepidante de ambición, culpa, intentos de redención y asesinatos que en la versión para la escena que ha hecho Alberto Conejero cobra además viveza, oscuridad y pasajes de gran lirismo, como es costumbre en él.
Confieso que hay dos capacidades que tiene el arte que me resultan fascinantes: la prime- ra es la creación de un mito, una historia o un personaje que encarne alguna de las grandes cuestiones que afectan a la humanidad. La otra es la capacidad de re-significación, conseguir que algo que está en el subconsciente colectivo aflore de una forma nueva, reclamando un lugar diferente.